EVANGELIO DEL DÍA
Lunes de la decimocuarta semana del Tiempo Ordinario
Evangelio según San Mateo 9,18-26.
Mientras Jesús les estaba diciendo estas cosas, se presentó un alto jefe y, postrándose ante él, le dijo: “Señor, mi hija acaba de morir, pero ven a imponerle tu mano y vivirá”.
Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos.
Entonces se le acercó por detrás una mujer que padecía de hemorragias desde hacía doce años, y le tocó los flecos de su manto,
pensando: “Con sólo tocar su manto, quedaré curada”.
Jesús se dio vuelta, y al verla, le dijo: “Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado”. Y desde ese instante la mujer quedó curada.
Al llegar a la casa del jefe, Jesús vio a los que tocaban música fúnebre y a la gente que gritaba, y dijo:
“Retírense, la niña no está muerta, sino que duerme”. Y se reían de él.
Cuando hicieron salir a la gente, él entró, la tomó de la mano, y ella se levantó.
Y esta noticia se divulgó por aquella región.
Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.
Comentario 💬
San Francisco de Asís (1182-1226)
fundador de los Hermanos menores
«Con sólo que llegue a tocarle el manto, curaré»
Escuchad, hermanos. Si la bienaventurada Virgen María es honrada de tal manera –y es justo que sea así- por haber llevado a Cristo en su seno bendito, si el bienaventurado Juan Bautista tembló hasta el punto de no atreverse a tocar la cabeza sagrada de su Dios, si el sepulcro en el cual el cuerpo de Cristo fue recostado por poco tiempo esta ahora envuelto de veneración, cómo deber ser santo, justo y digno el que toca a Cristo con sus manos, le recibe en su boca y en su corazón y lo da a los demás como alimento, ese Cristo que ahora ya no es mortal sino eternamente vencedor y glorioso, sobre quien los ángeles desean fijar su mirada. Tened en cuenta vuestra dignidad, hermanos presbíteros, y sed santos porque él es santo (1P 1,16)… ¡Gran miseria y miserable flaqueza si, teniéndolo así presente entre vuestras manos, os ocupáis en cualquiera otra cosa en el mundo! Que tema todo hombre, que tiemble el mundo entero, y que exulte el cielo cuando Cristo, el Hijo de Dios vivo, está sobre el altar entre las manos del presbítero. ¡Qué admirable grandeza y qué asombrosa bondad! ¡Qué sublime humildad! El Señor del universo, Dios e Hijo de Dios, se humilló por nuestra salvación hasta el punto de esconderse bajo una pequeña hostia de pan. Fijaos, hermanos, en la humildad de Dios; que vuestros corazones le rindan homenaje. Sed humildes también vosotros, para poder ser exaltados por él. Que no os quede nada para vosotros a fin de que el que se da a vosotros todo entero os reciba enteros.